Nuestra Señora de la Palabra

14 de Enero
Monserrat, España

El 14 de Enero se recuerda en Montserrat, España, a Nuestra Señora de la Palabra. Quisimos compartir con ustedes estte artículo, encontrado en la web de Cooperación Parroquial de Cristo Rey, una congregación fundada por el P. Francisco de Paula Vallet Arnau y dedicada al apostolado de la Palabra.

En el año 1514, Nuestra Señora fue venerada en un Santuario cerca de Montserrat, España. Se invocó su ayuda a favor de un mudo que peregrinaba allí y la Santísima Virgen milagrosamente le restauró el habla. A partir de ese momento, se le dio el título de Nuestra Señora de la Palabra. Aquí nuevamente se verificaron las palabras del “Memorare”:
Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que nunca se supo que nadie que acudiera a tu protección, implorara tu ayuda o buscara tu intercesión, quedara sin ayuda.
Inspirado por esta confianza, vuelo hacia ti, oh Virgen de las vírgenes, Madre mía; a ti vengo, ante ti estoy, pecador y afligido. 
Oh Madre del Verbo Encarnado, no desprecies mis peticiones sino que en tu misericordia escúchame y respóndeme.

Cuando Dios se hizo hombre, fue ella quien dio voz a la Palabra
En el Magníficat, Dios Espíritu Santo, su esposo místico, habló a través de ella. Cuando Cristo era un niño, ella era Su voz. Cuando Nuestro Señor era hombre, hablaba por sí mismo, mientras su madre guardaba silencio. Después de la Ascensión, ella nuevamente se convirtió en Su voz mientras guiaba a la Iglesia naciente a través de esos tiempos peligrosos. Una y otra vez, las palabras de Dios venían a través de ella, porque ella es Su Mediadora de gracia, el vínculo entre nosotros y Él.

Como consecuencia, aun estando en la tierra, la palabra de Su Madre tuvo una gran influencia sobre Cristo. “No tienen vino”, dicho en nombre de los avergonzados recién casados ​​de Caná, fue todo lo que se necesitó para que se produjera el primer milagro de sus Hijos.

Y así, a lo largo de los siglos, María escucha las palabras de sus hijos nacidos en el Calvario y habla en su nombre a Jesús. Su intercesión, su palabra, su discurso, nunca es en vano. No dejemos nunca de invocar a esta poderosa protectora, que no quiere otra cosa que interceder por nosotros, sus hijos, ante el trono de Dios.

Acoger y transmitir la Palabra de salvación es la vida y la misión de la Iglesia. María, la Virgen-Madre, miembro singular de la Iglesia, es su prototipo. ¿Quién, como María, ha acogido la Palabra de Dios y la ha dado al mundo? Éste y no otro es el núcleo de su vida y misión. Ha de ser la de todos los hijos de la Iglesia, sus hijos. Nosotros.

Cuando Dios comunica a María su proyecto salvador y le hace la propuesta de contar con ella como Madre del Salvador, María tenía en marcha un proyecto personal concreto distinto: estaba prometida a José. A pesar de todo, la respuesta de María no se hizo esperar y fue clara: Aquí tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra. La Palabra de Dios fue acogida con tal amor y libertad, que se hizo carne en la carne de María. Acogida de la Palabra e identificación con ella fue lo mismo: el Hijo de Dios lo es también de María; María es la Madre de Dios. Acoger la Palabra es tenerla, cuidarla y vivir de ella y con ella. Nada más divino y nada más humano. ¿No es así para el cristiano?

Llena de Dios, su hijo, y exultante de un gozo entrañable, María visita a su prima Isabel y comparte con ella el proyecto salvador de Dios, que conoce y lleva dentro de sí. Lo hace con el canto del Magníficat: la música es el Espíritu Santo, la letra es la Palabra de Dios y la voz es mariana. Está claro: María conoce y ha hecho suyas las Escrituras Santas; su mente, su corazón, su vida giran en torno a la Palabra de Dios, tanto que brota de ella como de una fuente cantarína y su obrar es expresión viva de ella. ¿Por qué no es así para el cristiano?

En torno al nacimiento, infancia y adolescencia de Jesús, un ritornelo misterioso y contemplativo va y viene en el corazón de la Madre: María guardaba, conservaba y meditaba todas estas cosas en su corazón. Impresionante lección orante de Maria de Nazaret. Las palabras y los hechos de Jesús eran acogidos, poco a poco comprendidos, asumidos y vividos por la Madre. Así se hacía verdadera discípula y testigo de la Palabra de Dios encarnada. Así también la daba al mundo de los hombres como Vida y Salvación de todos. ¿No debería ser así para el auténtico cristiano?

María además está entre los discípulos del Señor que escuchan y cumplen sus Palabras. Lo señala el Evangelio. Y el elogio indirecto que oye es: ¡Dichosos, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen! María lo sabe: su fidelidad a la Palabra es felicidad para quienes siguen a Jesús. Lo sabe y colabora para que otros lo sean también: Haced lo que os diga. María conoce y vive la Palabra e invita a hacerlo. Es la Palabra que, acogida, hace nueva la vida con una novedad incomprensible. También, para el cristiano.

Incluso, al término de la vida de la Palabra, en el calvario, está ella también recogiendo con sumo cuidado las palabras de Jesús: Ahí tienes a tu Hijo..., ahí tienes a tu Madre. Y en su corazón van a florecer mil y mil Hijos más, fruto también de la Palabra divina, fecunda con la fecundidad de Dios. Es la mies inmensa o apostolado ingente que brota de la Palabra de Dios recogida y vivida. ¿No es así que ha de hacer el apóstol cristiano?

Así es María: toda ella, por dentro y por fuera, cincelada con esmero por la Palabra. Bellísima, con la belleza de la Palabra. Así es María: Madre, hija y discípula y testigo de la Palabra. Es de verdad, Señora: Nuestra Señora de la Palabra: ¡Ruega por nosotros!

Fuente: Cooperación Parroquial de Cristo Rey

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