Desposorios de la Virgen María con San José

Fiesta Universal
Enero 23 - Noviembre 26
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LOS DESPOSORIOS

Los evangelios hacen aparecer a María cuando narran la concepción de Jesús. Según lo que narran se puede ver que María en ese momento era prometida de José de Nazaret, quien era carpintero.

Los relatos evangélicos se inician después de los desposorios de María con San José. El evangelio según san Lucas dedica dos capítulos a la concepción e infancia de Jesús. Es en Lucas también donde es llamada “muy favorecida”, “bendita entre todas las mujeres”, “madre del Señor”…

La sentencia comúnmente aceptada por los teólogos es que María contrajo verdadero matrimonio con San José. Para algunos es incluso verdad de fe (como Seldmayr), para otros próxima a la fe (Lepicier). Según el Papa Benedicto XIV la sentencia contraria (es decir, que no hubo matrimonio verdadero) es ‘temeraria’.

Los textos bíblicos siempre hablan de ‘desposorio’, ‘matrimonio’:
-Lc 1,26-38: ‘una virgen desposada con un varón de nombre José’;
-Lc 2,5: José fue a Belén, ‘con María su esposa’;
-Mt 1,18-25: ‘Estando desposada María… con José…’; ‘…José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa…’; ‘recibiendo en su casa a su esposa’

Estos textos indican claramente que en el momento de la Anunciación, María estaba ciertamente desposada con José. Era virgen (lo dice expresamente San Lucas). Tenía intención de permanecer virgen, aún estando, como ya estaba, desposada: lo expresa claramente su pregunta al ángel: “¿cómo podrá suceder esto, si no yo conozco varón?”; esta pregunta carece de todo sentido y es ininteligible en una mujer que está a punto de convivir con un hombre, pues en tal caso debería haber supuesto que concebiría del modo más natural del mundo, una vez que empezase a convivir con José. Distinto es el caso en que Ella tuviese intención, compartida con su esposo, de permanecer virgen; en este caso: o el ángel está hablando de un cambio de planes por parte de Dios…. o de un milagro inaudito.

La encarnación tuvo lugar antes de que María fuese llevada a casa de José. Revelado a José el misterio de la concepción virginal, José llevó a María a su casa, celebrándose las nupcias (Mt 2,24). El matrimonio se realizó según el ceremonial hebreo que incluía: primero los esponsales o promesa de unión (en este estado de vida estaba María en la Anunciación) y luego las nupcias o solemne introducción de la esposa en casa del marido.

Según la tradición judía de aquel momento, los jóvenes varones se desposaban entre los dieciocho y veinticuatro años, mientras que las jóvenes mujeres a partir de los doce años eran consideradas doncellas (na’arah) a partir de esa edad podían desposarse.

El matrimonio judío tenía dos momentos, desposorio y matrimonio propiamente dicho: el primero era celebrado en la casa de la novia y traía consigo acuerdos y obligaciones, aunque la vida en común era preciso. Si la novia no había estado casada antes se esperaba un año después del desposorio para llegar a la segunda parte, el matrimonio propiamente dicho, donde el novio llevaba solemnemente a la novia desde la casa de sus padres a la de él.

Los desposorios entre los judíos equivalían a nuestra boda, aunque no eran nupcias definitivas. Si después de los desposorios ella era infiel a su marido se la consideraba adúltera, y si éste moría, a ella se la consideraba viuda.

Los desposorios judíos suponían un compromiso tan real que al prometido se llamaba “marido”. Aunque María no vivía todavía con San José, ya era su legítima esposa. Por eso el ángel llama a María esposa: «José, no temas aceptar a María, tu esposa»(273).

En cuanto a la naturaleza del matrimonio hay que decir que San José y la Virgen María contrajeron verdadero matrimonio en cuanto a su esencia (o como se dice en teología: en cuanto a su primera y esencial perfección) porque lo formal del matrimonio (lo que constituye propiamente a un hombre y una mujer en esposos) es el consentimiento para la unión conyugal, es decir en la unión indivisible de los ánimos.

En cuanto a la segunda perfección (que es el uso del matrimonio o unión carnal de los esposos) José y María renunciaron voluntariamente antes ya de que María fuese introducida en casa de José. ¿Esto implica imperfección del matrimonio?. Hay que distinguir que en cuanto a la unión carnal, no fue matrimonio perfecto, pero sí fue perfecto en cuanto a la educación de la prole: el niño Jesús.

¿Cuáles fueron los motivos de conveniencia para que María se desposase con San José si no iban a tener vida matrimonial (en cuanto a la unión carnal)?

Los motivos más importantes que señalan los santos Padres son:
  • Para que Jesús no fuera tenido por hijo ilegítimo por los impíos.
  • Para escribir su genealogía dentro del uso corriente, por medio del varón.
  • Para ocultar al diablo el parto de la Virgen.
  • Para que José tuviera el oficio de alimentarlo.
  • Para librar a la Virgen de toda infamia (calumnia).
  • Para que no fuera apedreada como adúltera por quienes no aceptasen el milagro de la Encarnación virginal.
  • Para que tuviese el auxilio de José a lo largo de su vida.
  • Para simbolizar a la Iglesia desposada con Jesucristo.
  • Para honrar a la virginidad y al matrimonio, y presentar tanto a las vírgenes como a las esposas un ejemplo vivo.

EL ANILLO NUPCIAL DE MARÍA Y JOSÉ



Desde la Edad Media los anillos de la boda de José y María ejercieron cierta fascinación en la religiosidad popular. La influencia de las narraciones apócrifas que se deleitaban en el milagro de la elección de José para esposo por una parte, la iconografía de los desposorios por otra, contribuyeron a que la ceremonia de la boda, con anacronismos encantadores, divulgara la imagen de la imposición o entrega del anillo por san José a la esposa María virgen. Todo ello explica el hecho de que se conservaran y veneraran en lugares distintos cinco anillos nupciales al menos. La primacía numérica la detentó u ostentó Francia, con cuatro de las cinco joyas devocionales.

Dos monasterios benedictinos poseían sendas alianzas: el borgoñón de Semur-en-Auxois que, según la tradición, fue donado por el que fuera patrono o encomendero del monasterio, el conde Gérard del Rosellón, a mediados del siglo VIII. El otro, más tardío, pertenecía a la abadía de Anchin, y se contaba que había sido transportado por los cruzados y donado por benefactores civiles y eclesiásticos en el siglo XIII.

Ya en el siglo XIV y comienzos del XV se veneraba en Notre Dame de Paris el par de anillos que se creía haber intercambiado los santos esposos en su boda. La fuente principal y señera que lo transmite es, nada menos, Jean Gerson, que esgrime en prosa y verso esta prenda para afianzar su constante petición de una fiesta con misa y oficio de los desposorios de José y María. Lo suplicaba al poderoso e influyente duque de Berry en 1413 poniéndole de relieve el gran servicio religioso que prestaría estableciendo y apoyando la fiesta (que habría que colocar en tiempo litúrgico de Navidad) del “virginal matrimonio de San José y Nuestra Señora y el rezo del oficio” que él mismo había compuesto, y, además, todo ello en la iglesia de Notre Dame de Paris, “donde e
stán los anillos del desposorio de la Virgen”.

EL ANILLO DE PERUGIA


Ni todos en conjunto, ni ninguno de los anillos franceses en particular, pudieron competir con el realmente afortunado, el que se conserva aún y se venera en la capilla propia de la catedral de San Lorenzo de Perugia. Puede decirse, incluso, que es la reliquia josefina por excelencia, la más enriquecida de gracias espirituales, con indulgencias; la más rica también en leyendas y en bibliografía de todos los talantes, desde la más crédula a la más crítica y rigurosa; la vigente aún y animadora de acontecimientos culturales y festivos con motivo de la exposición pública y ritual del anillo nupcial.

Sus orígenes son oscuros a más no poder, algo frecuente e incluso incitante en devociones populares. Para ser más exactos, habría que decir que no se conocen los orígenes del santo anillo, lo que sitúa a la reliquia en el ámbito de la fantasía, de la imaginación, y del juego lejano de claros intereses político y religiosos. La leyenda, posterior, explica la llegada del santo anillo a Chiusi, su primera localización, en el siglo III gracias a la mártir santa Mustiola, patrona de Chiusi y que había recibido el santo obsequio de su marido, también mártir.

La otra versión, no más verosímil ni probable que la anterior, habla de la presencia de la reliquia nupcial en Chiusi ya a principios del siglo XI. Un joyero local, Rainerio o Ainero, la había recibido en Roma de un judío, con el ruego de que la venerase como merecía, condición que no cumplió Rainerio con aquella joya, que dejó semiolvidada en la iglesia de Santa Mustiola. Hasta que a eso de los diez años, el hijo (además único) de Rainerio murió y fue conducido a la iglesia de Santa Mustiola. Allí, estando en el túmulo, resucitó para reprochar públicamente al padre su pecado de descuido, y, tras haber recibido la seguridad de reparación de la culpa, murió otra vez plácidamente. Y comenzaron los milagros, ya en aquella misma ocasión con un repique de campanas sin que nadie las tañera. Siguieron con castigos a alguien que no respetó al santo anillo y, según narran los cronistas de Chiusi conducidos por la fantasía, se multiplicaron sin cesar en lo sucesivo.

La fama de los milagros despertó las rivalidades. Y a mediados del siglo XIV, con la excusa de que la iglesia de Santa Mustiola, extramuros y regida por canónigos regulares, resultaba insegura para tal tesoro, la reliquia se depositó en la catedral. Fue una decisión de la autoridad civil, y los pleitos que se siguieron entre los canónigos de ambas iglesias condujeron a que la autoridad eclesiástica, el obispo de Chiusi, decidiera que el santo anillo fuera depositado en una iglesia neutral: la urbana de los pobres franciscanos conventuales.

Allí estaba, cuando se hizo presente otro de los elementos habituales en la historia y en el tráfico de las reliquias: el hurto sacro, revestido casi siempre con ropajes de intervenciones sobrenaturales para justificar la nueva propiedad. En el caso del santo anillo es posible que actuaran también rivalidades entre los poderes civiles y los eclesiásticos. Lo cierto fue que uno de los frailes del convento de San Francisco, se dijo que llamado fray Winter, de Maguncia, sustrajo la reliquia. Lo que ya no es tan seguro es discernir si, tal y como confesaría el fraile, la robó con el objetivo de llevarla a su tierra alemana o, comprado por las autoridades perusinas que se lo pagaron con generosidad, llana y sencillamente para entregar el tesoro tan rentable a la ciudad de Perugia.

La justificación se fabricaría por parte de la ciudad con la tradición de que cuando el fraile ladrón se encaminaba hacia Alemania, justo allí, junto a Perugia, le sorprendió una niebla tan densa y tan duradera, que le impidió progresar, y por ello, y por inspiración divina, se vio obligado a entregar la preciosa prenda al gobierno urbano de la ciudad. Por supuesto, el común de Perugia lo acogió gozosamente y lo encerró en un arca fortísimo y con muchas llaves. Y se depositó en la catedral de San Lorenzo.

Como era de esperar, las dos ciudades se enzarzaron en una guerra que no se limitaba a la confrontación legal sino que llegaba también a expresiones más violentas. Sixto IV, a quien recurrieron desde Chiusi y desde su defensora Siena, decidió contra Perugia; pero el sucesor, Inocencio VIII, que necesitaba ganarse el favor de la ciudad, dirimió el conflicto a favor de Perugia. Para celebrarlo, en 1487 predicó un encendido apóstol de san José, el franciscano fray Bernardino de Feltre. Fueron tan arrebatadas y fundadas sus palabras, que animó a las autoridades a honrar la milagrosa reliquia con la edificación de una capilla dedicada al santo anillo prónubo, como en realidad se hizo, y a fundar lo que sería el alma alentadora del culto y de la veneración: la Cofradía del Santo Anillo. Capilla propia en la catedral, cofradía responsable, interés del municipio, todo ello ha influido de manera decisiva en la devoción a una reliquia simpática, no cabe duda.

No obstante, a pesar de estos factores, a los que hay que añadir el del atractivo turístico de las fiestas en la actualidad, en tiempos anteriores a los contemporáneos se necesitaba también, y sobre todo, para la popularidad la oferta de ganancias espirituales y los milagros. En cuanto a las indulgencias, de las que disfrutaban los cofrades, para ganarlas estaban los tres días de exposición, cuando se sacaba el santo anillo de su arca fuerte y se mostraba al público.

Y por lo que se refiere a los milagros, las crónicas y los escritos apologéticos dan buena cuenta tanto de los prodigios atribuidos a la mediación de la reliquia como a su fama de proteger a las esposas embarazadas, a las familias en cualquier necesidad. Favores que podrían obtener no sólo a los peregrinos a su capilla sino también quienes disfrutasen de alguna copia (que solía ser también de piedra) del santo anillo de Perugia.

La veracidad de la reliquia sería cuestionada, naturalmente, además de por las exigencias religiosas de elite, por los críticos, desde que en el siglo XVII la historiografía se hiciera más rigurosa y aventurase los criterios de autenticidad característicos de los ilustrados del siglo XVIII. La verdad es que los Bolandistas, tan rigurosos con las leyendas carmelitanas y las historias proféticas, se muestran mucho más suaves con el santo anillo.

Andreas Rivet, en su interesante “Apología mariana” (1639) expone con tanta dureza, que hasta el comprensivo Benedicto XIV se vería obligado a matizar sus clamores. Con este motivo, el cardenal Lambertini esgrime un principio muy válido de hermenéutica historiográfica: “en estas cosas no hay que reclamar más que la probabilidad ni de este anillo hay que aseverar nada de manera firmísima sino, y solamente, creer piadosamente lo que es tradición”.

La crítica sensata llegaría precisamente de este papa ilustrado. Al tratar de las fiestas marianas, concretamente y en primer lugar de la de los Desposorios de la Virgen con san José (23 de enero), termina hablando de la reliquia del santo anillo. Alude a los que la atacan y también a los excesivamente crédulos, como acabamos de ver, y manifiesta su punto de vista: “Pero nosotros, con la debida veneración hacia esta reliquia, advertimos con la mejor voluntad a quienes lean esas cosas que no se crean que por las actas de Sixto IV y de Inocencio VIII la Sede Apostólica ha juzgado como genuino este anillo santo. Porque ambos pontífices trataban solamente de si el anillo sagrado debía adjudicarse al pueblo de Chiusi o al de Perugia; y a pesar de que en aquel juicio se presumía la verdad del anillo, ¿quién hay que ignore que una cosa es presumir y otra el definir y declarar?”.

La devoción y la leyenda, la capacidad de penetración de los sermones antaño, de artes como el teatro, o del turismo, han popularizado esta reliquia, mimada por la ciudad que la posee. Por si fuera poco, la iconografía, concretamente la pintura, y la pintura de maestros de primer orden, ha sido otro factor de propaganda del santo anillo. Nos referimos al cuadro de los Desposorios, la tabla encargada por los magistrados y oligarquías urbanas de Perugia nada más recibir el refrendo pontificio de la reliquia en su posesión (1486). Después de avatares diversos, fue el maestro Perugino quien lo pintó, y en la capilla del santo anillo permanecería desde 1504 hasta que los franceses en 1797 lo expoliaran y lo llevaran a Francia (hoy se encuentra el cuadro en Caen). Tanto los Desposorios de Perugino como los coetáneos de su discípulo Rafael de Urbino, sitúan en el centro de la escena nupcial la entrega del anillo de José a María.
ARRIBA



Volvieron los hombres a sus casas y el joven se retiró al monte Carmelo, junto con los sacerdotes que vivían allí desde el tiempo de Elías, quedándose con ellos y orando continuamente por el cumplimiento de la Promesa. Luego vi a los sacerdotes del Templo buscando nuevamente en los registros de las familias, si quedaba algún descendiente de la familia de David que no hubiese sido llamado. Hallaron la indicación de seis hermanos que habitaban en Belén, uno de los cuales era desconocido y andaba ausente desde hacía tiempo. buscaron el domicilio de José, descubriéndolo a poca distancia de Samaria, en un lugar situado cerca de un riachuelo.Habitaba a la orilla del río y trabajaba bajo las órdenes de un carpintero.Obedeciendo a las órdenes del Sumo Sacerdote, acudió José a Jerusalén y se presentó en el Templo. Mientras oraban y ofrecían sacrificio pusiéronle también en las manos una vara, y en el momento en que él se disponía a dejarla sobre el altar, delante del Santo de los Santos, brotó de la vara una flor blanca,semejante a una azucena; y pude ver una aparición luminosa bajar sobre él: era como si en ese momento José hubiese recibido al Espíritu Santo. Así se supo que éste era el hombre designado por Dios para ser prometido de María Santísima, y los sacerdotes lo presentaron a María, en presencia de su madre. María,resignada a la voluntad de Dios, lo aceptó humildemente, sabiendo que Dios todo lo podía, puesto que Él había recibido su voto de pertenecer sólo a Él.

Ceremonia nupcial
Las bodas de María y José, que duraron de seis a siete días, fueron celebradas en Jerusalén en una casa situada cerca de la montaña de Sión que se alquilaba a menudo para ocasiones semejantes. Además de las maestras y compañeras de María de la escuela del Templo, asistieron muchos parientes de Joaquín y de Ana,entre otros un matrimonio de Gofna con dos hijas. Las bodas fueron solemnes y suntuosas, y se ofrecieron e inmolaron muchos corderos como sacrificio en el Templo.

He podido ver muy bien a María con su vestido nupcial. Llevaba una túnica muy amplia abierta por delante,con anchas mangas. Era de fondo azul, con grandes rosas rojas, blancas y amarillas, mezcladas de hojas verdes, al modo de las ricas casullas de los tiempos antiguos. El borde inferior estaba adornado con flecos y borlas.Encima del traje llevaba un manto celeste parecido a un gran paño. Además de este manto, las mujeres judías solían llevar en ciertas ocasiones algo así como un abrigo de duelo con mangas. El manto de María caíale sobre los hombros volviendo hacia adelante por ambos lados y terminando en una cola.

Llevaba en la mano izquierda una pequeña corona de rosas blancas y rojas de seda; en la derecha tenía, a modo de cetro, un hermoso candelero de oro sin pie, con una pequeña bandeja sobrepuesta, en el que ardía algo que producía una llama blanquecina. Ana había traído el vestido de boda, y María, en su humildad, no quería ponérselo después de los esponsales.

Las jóvenes del Templo arreglaron el cabello de María, terminando el tocado en muy breve tiempo. Sus cabellos fueron ajustados en torno a la cabeza, de la cual colgaba un velo blanco que caía por debajo de los hombros. Sobre este velo le fue puesta una corona.

La Virgen María es rubia. La cabellera de María era abundante, de color rubio de oro, cejas negras y altas, grandes ojos de párpados habitualmente entornados con largas pestañas negras, nariz de bella forma un poco alargada, boca noble y graciosa, y fino mentón. Su estatura era mediana.Vestida con su hermoso traje, era su andar lleno de gracia, de decencia y de gravedad.

Vistióse luego para la boda con otro atavío menos adornado, del cual poseo un pequeño trozo que guardo entre mis reliquias. Las personas acomodadas mudaban tres o cuatro veces sus vestidos durante las bodas. Llevó este traje listado en Caná y en otras ocasiones solemnes. A veces volvía a ponerse su vestido de bodas cuando iba al Templo. En ese traje de gala, María me recordaba a ciertas mujeres ilustres de otras épocas, por ejemplo a Santa Elena ya Santa Cunegunda, aunque distinguiéndose de ellas por el manto con que se envolvían las mujeres judías,más parecido al de las damas romanas. Había en Sión, en la vecindad del Cenáculo, algunas mujeres que preparaban hermosas telas de todas clases, según pude ver a propósito de sus vestidos.

José llevaba un traje largo, muy amplio, de color azul con mangas anchas y sujetas al costado por cordones. En torno al cuello tenía una esclavina parda o más bien una ancha estola, y en el pecho colgábanle dos tiras blancas. He visto todos los pormenores de los esponsales de María y José: la comida de boda y las demás solemnidades; pero he visto al mismo tiempo otras tantas cosas. Me encuentro tan enferma, tan molesta de mil diversas formas, que no me atrevo a decir más para no introducir confusión en estos relatos.

XXVI El anillo nupcial de María
He visto que el anillo nupcial de María no es de oro ni de plata ni de otro metal. Tiene un color sombrío con reflejos cambiantes. No es tampoco un pequeño círculo delgado, sino bastante grueso como un dedo de ancho. Lo vi todo liso, aunque llevaba incrustados pequeños triángulos regulares en los cuales había letras.Vi que estaba bien guardado bajo muchas cerraduras en una hermosa iglesia. Hay personas piadosas que antes de celebrar sus bodas tocan esta reliquia preciosa con sus alianzas matrimoniales.

En estos últimos días he sabido muchos detalles relativos a la historia del anillo nupcial de María; pero no puedo relatarlo en el orden debido. He visto una fiesta en una ciudad de Italia (Perusa) donde se conserva este anillo. Estaba expuesto en una especie de viril, encima del tabernáculo. Había allí un gran altar embellecido con adornos de plata. Mucha gente llevaba sus anillos para hacerlos tocar en la custodia. Durante esta fiesta he visto aparecer de ambos lados del altar del anillo, a María y a José con sus trajes de bodas. Me pareció que José colocaba el anillo en el dedo de María. En aquel momento vi el anillo todo luminoso, como en movimiento. A la izquierda y a la derecha del altar, vi otros dos altares, los cuales probablemente no se hallaban en la misma iglesia; pero me fueron mostrados allí en esta visión.Sobre el altar de la derecha se hallaba una imagen del Ecce Homo, que un piadoso magistrado romano,amigo de San Pedro, había recibido milagrosamente.

Sobre el altar de la izquierda estaba una de las mortajas de Nuestro Señor.Terminadas las bodas, se volvió Ana a Nazaret, y María partió también en compañía de varias vírgenes que habían dejado el Templo al mismo tiempo que ella. No sé hasta dónde acompañaron a María: sólo recuerdo que el primer sitio donde se detuvieron para pasar la noche fue la escuela de Levitas de Bet-Horon. María hacía el viaje a pie. Después de las bodas, José había ido a Belén para ordenar algunos asuntos de familia.Más tarde se trasladó a Nazaret.

XXVII La casa de Nazaret
He visto una fiesta en la casa de Santa Ana. Vi allí a seis huéspedes, sin contar a los familiares de la casa, y a algunos niños reunidos con José y María en torno de una mesa, sobre la cual había vasos. La Virgen tenía un manto con flores rojas, azules y blancas, como se ve en las antiguas casullas. Llevaba un velo transparente y por encima otro negro. Esta parecía una continuación de la fiesta de bodas.Mi guía me llevó a la casa de Santa Ana, que reconocí enseguida con todos sus detalles. No encontré allí a José ni a María. Vi que Santa Ana se disponía a ir a Nazaret, donde habitaba ahora la Sagrada Familia. Llevaba bajo el brazo un envoltorio para María. Para ir a Nazaret tuvo que atravesar una llanura y luego un bosquecillo, delante de una altura. Yo seguí el mismo camino. He visto a Ana visitando a María y entregarle lo que había traído para ella, volviéndose luego a su casa. María lloró mucho y acompañó a su santa madre un trozo de camino. Vi a San José frente a la casa en un sitio algo apartado.

La casita de Nazaret, que Ana había preparado para María y José, pertenecía a Santa Ana. Ella podía, desde su casa, llegar allí sin ser observada, por caminos extraviados, en media hora de camino.

La casa de José no estaba muy lejos de la puerta de la ciudad y no era tan grande como la de Santa Ana.Había en la vecindad un pozo cuadrangular al cual se bajaba por algunas escaleras. Delante de la casa había un pequeño patio cuadrado. Estaba sobre una colinita, no edificada ni cavada, sino que estaba separada de la colina por la parte de atrás, y a la cual conducía un sendero angosto abierto en la misma roca.

En la parte posterior tenía una abertura por arriba, en forma de ventana, que miraba a lo alto de la colina. Había bastante oscuridad detrás de la casa. La parte posterior de la casita era triangular y era más elevada que la anterior. La parte baja estaba cavada en la piedra; la parte alta era de materiales livianos.En la parte posterior estaba el dormitorio de María: allí tuvo lugar la Anunciación del Ángel.
Esta habitación tenía forma semicircular debido a los tabiques de juncos entretejidos groseramente, que cubrían las paredes posteriores en lugar de los biombos livianos que se usaban.
Los tabiques que cubrían las paredes tenían dibujos de varias formas y colores. El lecho de María estaba en el lado derecho; detrás de un tabique entretejido. En la parte izquierda estaba el armario y la pequeña mesa con el escabel: era éste el lugar de oración de María.

La parte posterior de la casa estaba separada del resto por el hogar, que era una pared en medio de la cual se levantaba una chimenea hasta el techo. Por la abertura del techo salía la chimenea, terminada en un pequeño tejadito. Más tarde he visto al final de esta chimenea dos pequeñas campanas colgadas.A derecha e izquierda había dos puertas con tres escalones que iban a la alcoba de María.
En las paredes del hogar había varios huecos abiertos con el menaje y otros objetos que aún veo en la casa de Loreto, Detrás de la chimenea había un tirante de cedro, al cual estaba adherida la pared del hogar con la chimenea. Desde este tirante, plantado verticalmente salía otro a través, a la mitad de la pared posterior, donde estaban metidos otros, por ambos lados. El color de estos maderos era azulado con adornos amarillos. A través de ellos se veía el techo, revestido interiormente de hojas y de esteras; en los ángulos había adornos de estrellas. La estrella del ángulo del medio era grande y parecía representar el lucero de la mañana.

Más tarde he visto allí más número de estrellas. Sobre el tirante horizontal que salía de la chimenea e iba a la pared posterior por una abertura exterior, colgaba la lámpara. Debajo de la chimenea se veía otro tirante. El techo exterior no era en punta, sino plano, de modo que se podía caminar sobre él, pues estaba resguardado por un parapeto en torno de esa azotea.Cuando la Virgen Santísima, después de la muerte de San José, dejó la casita de Nazaret y fue a vivir en las cercanías de Cafarnaúm, se empezó a adornar la casa, conservándola como un lugar sagrado de oración.María peregrinaba a menudo desde Cafarnaúm hasta allá, para visitar el lugar de la Encarnación y entregarse a la oración. Pedro y Juan, cuando iban a Palestina, solían visitar la casita para consagrar en ella, pues se había instalado un altar en el lugar donde había estado el hogar. El armarito que María había usado lo pusieron sobre la mesa del altar como a manera de tabernáculo.
ARRIBA





Llega María a la pubertad. - Mándala el Señor que tome esposo. Obedece a pesar de sus votos, y el Sumo Sacerdote congrega a los varones libres que aspiran a la mano de María. - Florece la vara de José, y se celebran sus desposorios con la Virgen.

Sentía ya nuestra divina Princesa que se llegaba el claro día de la vista deseada del sumo bien, y como por crepúsculos y anuncios reconocía en sus potencias la fuerza de los rayos de aquella luz divina que ya se le acercaba. Enardecíase toda con la vecindad de la invisible llama que alumbra y no consume.

Y con estas esperanzas y con la vista de los espíritus divinos se alentaron algo las ansias de María Santísima por la vista de su amado. Pero aquel linaje de amor que busca al objeto nobilísimo de la voluntad, sólo con él se satisface, y sin él, aunque sea con los mismos ángeles y santos, no descansa el corazón herido de las flechas del Todopoderoso.

A los trece años y medio, estando ya en esta edad muy crecida nuestra hermosísima princesa María purísima, tuvo otra visión abstractiva de la Divinidad por el mismo orden y forma que las otras de este género: en esta visión podemos decir sucedió lo mismo que dice la escritura de Abraham, cuando le mandó Dios sacrificar a su hijo querido Isaac, única prenda de todas sus esperanzas. Tentó Dios a Abraham - dice Moisés - probando y examinando su pronta obediencia para coronarla. A nuestra gran Señora podemos decir también que tentó Dios en esta visión, mandándola que tomase el estado de matrimonio.

Había celebrado el Altísimo con la divina princesa María solemne desposorio, cuando fue llevada al templo, confirmándole con la aprobación del voto de castidad que hizo, y con la gloria y presencia de todos los espíritus angélicos. Habíase despedido la candidísima paloma de todo humano comercio, sin atención, sin cuidado, sin esperanza y sin amor a ninguna criatura, convertida toda y transformada en el amor casto y puro de aquel sumo bien que nunca desfallece, sabiendo que sería más casta con amarle, más limpia con tocarle y más virgen con recibirle. Hallándola en esta confianza el mandato del Señor, que recibiese esposo terreno y varón, sin manifestarle luego otra cosa, ¿qué novedad y admiración haría en el pecho inocentísimo de esta divina doncella, que vivía segura de tener por esposo a sólo el mismo Dios que se lo mandaba? Mayor fue esta prueba que la de Abraham; pues no amaba él tanto a Isaac, cuanto María Santísima amaba la inviolable castidad.

Turbóse algún poco la castísima doncella María, según la parte inferior, como sucedió después con la embajada del Arcángel San Gabriel; pero, aunque sintió alguna tristeza; no le impidió la más heroica obediencia, que hasta entonces había tenido, con que se resignó toda en las manos del Señor.

En el ínterin que nuestra gran Princesa se ocupaba cuidadosa con esta operación, ansias y congojas rendidas y prudentes, habló Dios en sueños al sumo sacerdote, que era el santo Simeón, y le mandó que dispusiese, cómo dar estado de casada a María, hija de Joaquín y Ana de Nazareth; porque Su Majestad la miraba con especial cuidado y amor. El santo sacerdote respondió a Dios, preguntándole su voluntad en la persona con quien la doncella María tomaría estado dándosela por esposa. Ordenóle el Señor que juntase a los otros sacerdotes y letrados, y les propusiese cómo aquella doncella era sola y huérfana, y no tenía voluntad de casarse; pero que, según la costumbre de no salir del templo las primogénitas sin tomar estado, era conveniente hacerlo con quien más a propósito les pareciese.

Obedeció el sacerdote Simeón a la ordenación divina; y habiendo congregado a los demás, les dio noticia de la voluntad del Altísimo y les propuso el agrado que Su Majestad tenía de aquella doncella María de Nazareth, según se le había revelado, y que hallándose en el templo, y faltándole sus padres, era obligación de todos ellos cuidar de su remedio, y buscarle esposo digno de mujer tan honesta, virtuosa y de costumbres tan irreprensibles, como todos habían conocido de ella en el templo; y a más de esto la persona, la hacienda, la calidad y las demás partes eran muy señaladas, para que se reparase mucho a quien todo se había de entregar. Añadió también que María de Nazareth no deseaba tomar estado de matrimonio; pero que no era justo saliese del templo sin él, porque era huérfana y primogénita.

Conferido este negocio en la junta de los sacerdotes y letrados, y movidos todos con impulso y luz del cielo, determinaron que en cosa donde se deseaba tanto el acierto, y el mismo Señor había declarado su beneplácito, convenía inquirir su santa voluntad en lo restante, y pedirle señalase por algún modo la persona que más a propósito fuese para esposo de María, y que fuese de la casa y linaje de David, para que se cumpliese con la ley. Determinaron para esto un día señalado, en que todos los varones libres y solteros de este linaje, que estaban en Jerusalén, se juntasen en el templo; y vino a ser aquel día el mismo en que nuestra Princesa del cielo cumplía catorce años de edad. Y como era necesario darle a ella noticia de este acuerdo y pedirla su consentimiento, el sacerdote Simeón la llamó, y la propuso el intento que tenían él y los demás sacerdotes de darla esposo antes que saliese del templo.

Esto sucedió nueve días antes del que estaba señalado para la última resolución y ejecución del acuerdo. Y en este tiempo la Santísima Virgen multiplicó sus peticiones al Señor con incesantes lágrimas y suspiros, pidiendo el cumplimiento de su divina voluntad en lo que tanto, según sus cuidados, le importaba. Un día de estos nueve se la apareció el Señor y la dijo: Esposa y paloma mía, dilata tu afligido corazón, y no se turbe ni contriste: yo estoy atento a tus deseos y ruegos, y lo gobierno todo, y por mi luz va regido el sacerdote: yo te daré esposo de mi mano, que no impido tus santos deseos, pero que con mi gracia te ayude en ellos: yo te buscaré varón perfecto conforme a mí corazón.

Llegó el día señalado, en que cumplía nuestra princesa María los catorce años, de su edad, y en él se juntaron los varones descendientes de la tribu de Judà y linaje de David, de quien descendía la soberana Señora, que a la sazón estaba en la ciudad de Jerusalén. Entre los demás fue llamado José, natural de Nazareth y morador de la misma ciudad santa; porque era uno de los del linaje real de David. Era entonces de edad de treinta y tres años, de persona bien dispuesta y agradable rostro, pero de incomparable modestia y gravedad; y sobre todo era castísimo de obras y pensamientos, con inclinaciones santísimas, y que desde doce años de edad tenía hecho voto de castidad.

Era deudo de la Virgen María en tercer grado, y de vida purísima, santa e irreprensible en los ojos de Dios y de los hombres. Congregados todos estos varones libres en el templo, hicieron oración al Señor junto con los sacerdotes, para que todos fuesen gobernado por su divino Espíritu en lo que debían hacer. El Altísimo habló al corazón del sumo sacerdote, inspirándole que a cada uno de los jóvenes allí congregados pusiese una vara seca en las manos, y todos pidiesen con viva fe a Su Majestad declarase por aquel medio a quién había elegido por esposo de María. Y como el buen, olor de su virtud y honestidad, y la fama de su hermosura, hacienda y calidad y ser primogénita y sola en su casa era manifiesto a todos, cada cual codiciaba la dichosa suerte de merecerla por esposa. Sólo el humilde y rectísimo José entre los congregados se reputaba por indigno de tanto bien; y acordándose del voto de castidad que tenía hecho, y proponiendo de nuevo, su perpetua observancia, se resignó en la divina voluntad, dejándose a lo que de él quisiera disponer, pero con mayor veneración y aprecio que otro alguno de la honesta doncella María.

Estando todos los congregados en esta oración, se vio florecer la vara sola que tenía José, y al mismo tiempo bajar de arriba una paloma candidísima, llena de admirable resplandor, que se puso sobre la cabeza del mismo santo.

Con la declaración y señal del cielo los sacerdotes dieron a San José por esposo elegido del mismo Dios para la doncella María. Y llamándola para el desposorio, salió la escogida como el sol más hermosa que la luna y apareció en presencia de todos con un semblante más que de ángel, de incomparable hermosura, honestidad y gracia, y los sacerdotes la desposaron con el más, casto y santo de los varones, José.
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El casto desposorio de San José y María Santísima
Monseñor João Clá Dias
Tomado de la obra, San José ¿Quién lo conoce?
El rito de las bodas
Pasadas unas semanas, San José regresó a Jerusalén para concluir el matrimonio con el segundo rito, el de las bodas.[5] La ceremonia se celebró en el Templo, en presencia de varias vírgenes y damas dedicadas al culto del Señor, así como del hermano menor del padre de San José, Judas, acompañado de Malaquías, un respetable anciano de Belén, líder del núcleo de judíos fieles que allí vivían.

Los esposos participaron con mucha compenetración de todo el rito, que transcurrió cerca del altar de bronce, en el atrio del Templo, en un horario en que nadie lo frecuentaba. San José quiso permanecer a la derecha de Nuestra Señora, dándole la precedencia merecida por su santidad sin par. Tal era la bendición del ambiente que los testigos permanecieron de rodillas, fascinados por ver a los cónyuges refulgiendo de luz. En cierto momento, ambos quedaron inundados de tanta claridad que parecía que se habían transfigurado.

Simeón, después de invocar sobre los cónyuges las siete bendiciones,[6] para concluir el acto llevó a San José hasta debajo del palio,[7] que simbolizaba la nube con la que Dios cubrió al pueblo de Israel después de que Moisés recibiera las Tablas de la Ley (cf. Éx 34,5), así como la futura morada de los esposos.

San José esperó en aquel lugar a la Santísima Virgen, que fue acompañada por Ana. María quiso arrodillarse ante su esposo para recibir de sus manos el anillo del matrimonio y demostrarle de esa manera su sumisión. San José, conmovido, consintió en este gesto por deferencia hacia la excelsa humildad de su Santa Esposa.

Finalizado el rito se acercaron al altar, pero quedándose a cierta distancia, dándose una mano y sosteniendo una vela con la otra. Simeón ofreció un sacrificio perfumado al que todos asistieron de rodillas.

Pudo verse entonces cómo el Espíritu Santo se posaba en forma de fuego sobre los esposos. Nunca antes había tenido lugar en el Templo una ceremonia tan sublime y bendecida.

Después de despedirse de Simeón y de Ana, la Santísima Virgen y San José se retiraron a su residencia de Jerusalén, donde permanecieron unos días para continuar las fiestas que se acostumbraba celebrar en aquel tiempo, clausurándose en una casa situada cerca del Monte Sion, alquilada para estos eventos.

Para el banquete de bodas vinieron numerosos parientes de ambos esposos y muchos judíos vinculados al Templo. El vestido nupcial de María era bellísimo. Llevaba una túnica azul claro decorada con un discreto bordado de rosas rojas, blancas y amarillas. Los bordes inferiores estaban adornados con flecos y borlas. Sobre la túnica portaba un manto de blancura angélica, con adornos bordados en hilo de oro, que le caía sobre los hombros con una elegancia y una pureza extraordinarias. Su cabeza estaba cubierta por un velo también blanco, por encima del cual llevaba la diadema que le había regalado San José. Ninguna reina fue nunca adornada con tanto esplendor como María Santísima en aquella ocasión. Y José fue el hombre constituido para ser el Señor de su casa y el Príncipe de todos sus bienes (cf. Sal 104, 21).

Finalizadas las fiestas, el Santo Matrimonio pasó a distribuir su tiempo entre largos periodos de oración en el Templo y los preparativos del cambio definitivo a Nazaret.

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