Por Magaly Llaguno Llena de gracia
"Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo". (Lucas 1:26) Estas fueron las palabras del angel a María en la Anunciación. Dios enviaba a su emisariocon el mensaje de que aquella criatura humana, como ninguna otra era "llena de gracia".
María, al escuchar este alabo dirijido a ella, "se turba al oir estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación". Se turba, pues su gran humildad no le permite comprender de momento; que el ángel está expresando la satisfacción que Dios siente por tan pura mujer.
María piensa, que dada su vida virtuosa pero simple y escondida, durante la cual ella solo siguió la voluntad del Padre día a día, hasta en las cosas más pequeñas; sin haber llevado a cabo grandes hazañas; ¿como era posible entonces, que Dios le rindiera tan grande honor?
Las palabras del ángel también le inspiraron cierto temor, un temor santo, como el que todos debíamos experimentar ante la grandeza y la majestuosidad de Dios.
Señor, ayúdanos a imitar a María en su humildad, su obediencia a Tu voluntad, y en su santo temor. Danos las gracias para que recordemos siempre que "el temor de Dios es el comienzo de la sabiduría" (Eclesiástico 1:14) y que no importa cuan escondidas y simples sean nuestras vidas, aún los más pequeños sacrificios de cada día ganan méritos ante Tus ojos.
María y el sufrimiento
Cuando el ángel le pidió a María su consentimiento para que el hijo de Dios se encarnara en su seno, ella no vaciló ni un instante. Lo único que preguntó fue cómo se realizaría ese milagro del amor de Dios. Y cuando el ángel le contestó que se haría por obra y gracia del Espíritu Santo, ella no puso en duda algo que era imposible de creer, especialmente en aquella época. (Lucas 1: 38)
María no solo mostró su extraordinaria fe al dar ese sí incondicional a Dios, sino también su valentía y su disponibilidad a aceptar el sufrimiento y hasta la muerte. Ella estaba comprometida con José, el equivalente de estar casada, según las costumbres judías de entonces. La penalidad para la mujer que engañara con otro hombre a su prometido o esposo, era morir apedreada. María sabía a lo que se exponía, pues ¿quién iba a creerla cuando dijera que el fruto de su vientre era hijo de Dios y no de un hombre?
Sin embargo, ella sabía que a veces para aceptar los designios de Dios y sus planes, hay que arriesgarse a morir si es necesario.Aún más; María, al visitar a su prima Isabel, no le expresó temor o preocupación por lo que pudiera sucederle en el futuro debido a su decisión. Por el contrario, irrumpió en un canto de alabanza y agradecimiento a Dios por haberla escogido para semejante misión. (Lucas l: 46-55) Muchos años más tarde, la callada presencia de María compartiendo el dolor de su hijo crucificado, nos muestra hasta qué punto ella comprendió el valor del sufrimiento que Dios permite; y que este es un privilegio por el cual debemos de dar gracias. Si lo abrazamos con la humildad de ella, percibiremos también por los ojos de la fe, su valor redentor. Entonces daremos gracias por poder compartir la cruz de Cristo.
Señor, enséñanos a ser valientes ante el sufrimiento como María, nuestra Madre Celestial.
La visita de María a su prima Isabel
María dio su sí a Dios y Jesús se encarnó en su seno. El corazón de María ante este privilegio que Dios le había concedido, probablemente rebozaba con un gozo tan grande, que le parecía que no lo podía contener. Al recibir la noticia de que su prima Isabel está esperando un hijo y necesita su ayuda, María se pone en camino hacia ella.
Y Dios, que conoce nuestras necesidades más íntimas y está atento a ellas porque es un amoroso padre, sabe que María callará su secreto hasta que El le diga que lo revele. Sin embargo, como ser humano que es, ella anhela compartirlo con alguien.
Cuando llega María adonde su prima Isabel, ya esta ha sido hecha partícipe de ese secreto por parte del Espíritu Santo, para que María pueda compartir su desbordante gozo con ella y darle alabanza a Dios. "Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres...", dice Isabel. (Lucas l: 42) Hasta el niño que aguardaba en el vientre de Isabel la hora de su nacimiento, salta de alegría ante la presencia de Jesús en el vientre de María.
Y María, al darse cuenta de que Dios le ha hecho otro regalo al darle la oportunidad de compartir su gozo con otros dos seres humanos y confirmar que de ella nacerá el Mesías, irrumpe en un canto de alabanza y alegría : el Magnificat. (Lucas 1: 46-55)
Padre Todopoderoso y eterno, gracias por la solicitud con la cual velas sobre todos tus hijos. Dijiste en tu palabra - la Biblia - que tienes nuestro nombre grabado en la palma de tu mano; algo que los dueños de esclavos les hacían a estos. Verdaderamente nos amas tanto, que has llegado a comparar los cuidados que nos das, con los de un solícito esclavo para con su dueño.
La maternidad de María
"Pues Dios amó tanto al mundo, que dió a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna", nos asegura San Juan el apóstol en su evangelio (Juan 3:16). Sin embargo, el amor de Dios llegó más lejos aún, nos dió a su Santísima Madre María, como madre nuestra. Le dijo Cristo a Juan desde la cruz : "Mujer, ahí tienes a tu hijo.Luego le dijo al discípulo : Ahí tienes a tu madre." (San Juan 19:26).
¡Qué poco comprenden muchos cristianos el alcance de esas palabras! María, Madre de Dios, es también madre de todos los mortales para toda la eternidad. Sin embargo, no pocos rechazan esa maternidad o son indiferentes a ella. Inclusive muchos católicos, en su afán de lograr un falso ecumenismo, restan importancia a esas palabras de Cristo o las pasan por alto.
Otros cristianos creen que se refieren a la preocupación de Cristo por las necesidades materiales de su madre en esta tierra y que deseaba estar seguro de que ella sería bien atendida cuando faltara él.
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¿Pero acaso Cristo, que nos había enseñado : "No se preocupen por lo que van a comer o beber para vivir, ni por la ropa que han de ponerse"(Mateo 6:25), podía contradecirse a sí mismo?
El que había sido capaz de multiplicar los panes y los peces para alimentar a multitudes antes de morir, ¿no sería capaz de cuidar de su madre después de su muerte y resurrección?
Cristo nos enseñó a mirar más allá de lo material, buscando "primero el reino de Dios" y confiando en la Divina Providencia.
Entonces pues, si lo que le preocupaba a Cristo en aquellos últimos instantes de su vida en la tierra, no eran las necesidades físicas o materiales de su Santísima Madre; tenemos que admitir que nos estaba extendiendo una invitación a todos los mortales, para que amáramos a María como madre nuestra, y a ella acudiéramos como intercesora ante Dios y mediatriz de todas las gracias.
Ya Cristo nos había dejado como ejemplo su primer milagro en las Bodas de Caná (San Juan 2: 1-11), para mostrarnos que una petición de labios de su madre inmaculada y pura, jamás quedaría por contestar.
En su aparición en París (1830), durante la cual la Santísima Virgen María dió al mundo la "medalla milagrosa", ella lucía en cada uno de sus dedos, tres anillos que emitían brillantes rayos de luz. María le explicó a la vidente Santa Catalina de Labouré, que los rayos que emanaban de cada una de las piedras preciosas de sus anillos, representaban las gracias que obtenían todos aquellos que se las pedían, y que las piedras que no emitían rayos de luz, representaban las gracias que las almas hubieran podido obtener si se las hubieran pedido. ¡Cuántas gracias dejamos de obtener, porque no se las pedimos a María!
El mensaje principal de aquella aparición fue expresado claramente por Santa Catalina Laboré durante su recuento : "Esto (lo dicho por la Santísima Virgen), me hizo comprender lo bien que hacemos en rogarle a la Bienaventurada Virgen María; ¡cuán generosa es ella para aquellos que le piden, y el gozo que ella recibe al otorgar las gracias!"
Te agradecemos Señor, que nos hayas dado a María como madre nuestra. Ayúdanos a conocerla y amarla cada día más, para que de la mano de ella nos hagamos "como pequeños niños", y así podamos llegar algún día a la casa de nuestro Padre Celestial.
El silencio de María
"Pero María guardaba en su corazón todo esto, pensando en ello", nos dice San Lucas (Lucas 2:19). Verdaderamente, muchos deben de haber sido los sentimientos que llenaban el corazón de María.
¡Cuánta alegría debe de haber sentido María, al anunciarle el ángel que iba a ser la madre del hijo de Dios! Y después, al nacer él y ver ella la adoración de los pastores y la visita desde tierras muy lejanas de los Tres Reyes del Oriente, ¡cuán gozozamente habrá querido gritarle al mundo que le había nacido su Salvador! Y sin embargo calló.
La vida de María fue una vida oculta, callada y humilde, aunque ella sabía el gloriosísimo papel que Dios le había dado a desempeñar en la salvación del mundo. Y sin embargo calló.
¡Qué ejemplo tan lindo nos da María, a los que nos creemos importantes solo porque Dios nos utiliza como instrumentos para hacer grandes cosas!
Y después, cuando su hijo colgaba de la cruz sufriendo lo indecible por amor a los hombres, María siguió callando y guardando aquel sufrimiento inmenso en su corazón, como guardó las alegrías. ¡Cuánto habrá deseado gritarle al mundo que habían crucificado a su rey y redentor, al amor de Dios hecho carne! Y sin embargo calló.
Pero Dios, que nos recompensa con mucho más de lo que merecemos, resucitó al hijo de María, y llenó para siempre el corazón inmaculado de nuestra Madre Celestial, con el mayor de los gozos. Le otorgó la corona de Reina del Cielo y de los hombres. Ya María no calla, es nuestra mediadora ante Dios, suplicando la misericordia divina para sus hijos.
Madre nuestra y de todos los que te buscan, ayúdanos a aprender a callar y como tú, a guardar en nuestro corazón todo lo que Dios quiera que callemos, hasta que él mismo nos pida que lo gritemos "desde los tejados". Intercede madrecita por todos nosotros, para que Dios agrande nuestro corazón y podamos recibir con humildad y alegría, tanto lo bueno como lo malo que Su Majestad quiera enviarnos. Reza por nosotros para que como tú, podamos tener paciencia y esperar a que se lleve a cabo la voluntad y el plan de Dios en cada uno de nosotros.
La gran familia de Dios
"Mientras él hablaba a la muchedumbre, su madre y sus hermanos estaban fuera y pretendían hablarle. Alguien le dijo: tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablarte. El, respondiendo dijo al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: he aquí mi madre y mis hermanos. Porque quien quiera que hiciera la voluntad de mi padre, que está en los cielos, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre." (Mateo 12:46-50)
Este pasaje bíblico ha sido utilizado por ciertos cristianos, para tratar de privar a nuestra madre María, del lugar de honor que legítimamente le pertenece. ¡Cuán equivocados estan aquellos que piensan que Jesús hizo un rechazo de su madre al pronunciar estas palabras!
No, ¡Cristo jamás podría haber hecho semejante cosa! ¿Acaso no había creado Dios a María, sin mancha del pecado original y el ángel al saludarla no había reconocido que era llena de gracia, y bendita entre todas las mujeres? ¿Podría acaso la Segunda persona de la Santísima Trinidad contradecir a la Primera? ¡Imposible!
Cristo simplemente quizo decir, que la grandeza de su madre no consistía solamente en el parentesco físico que les unía- aquello era algo que Dios había determinado desde el principio del mundo. No, aquella grandeza más que nada provenía del hecho que María había llevado a cabo por completo en obediencia, la voluntad del Padre Celestial. Fueron precisamente los "sí" de María a Dios; siendo los más importantes el dado al ángel al acceder a ser la madre del redentor, cooperando con la gracia divina; y después el de las bodas de Caná, al entregar a su hijo al sacerdocio y el sacrificio invitándolo a comenzar su vida pública; fueros esos "sí" los que constituyeron la mayor grandeza de María. Fué ese un ejemplo que ella nos dejó, para que algo de esa grandeza estuviera al alcanze de todos los que viven y actuan de acuerdo con la voluntad del Padre. Quiso decirnos también el Señor a través de este pasaje, que los lazos más fuertes son los espirituales, los que nos hacen miembros de la gran familia de Dios; y que aquellos que como él abrazaran el sacerdocio, al dejar su propia familia adquirirían una muchísimo mayor.
Señor, concédenos la gracia de amar a todos los miembros de esta gran familia : los hijos de Dios en todo el mundo; a quienes no conoceremos en esta vida, en su mayoría. Que orando y velando por ellos; algún día podamos conocerlos a todos personalmente, al llegar con gran júbilo a tu presencia. |