Orando a María no nos perdemos

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María en nuestras vidas, nos visita de manera única. Ella no se impone. Se pone a nuestro servicio para que nosotros descubramos mejor a su Hijo, Jesús.

Que la conozcas bien o muy poco, te invito a abrirle la puerta de tu corazón, sencillamente

 ¿Cómo? Diciéndole a tu manera: «Ves dónde estoy, me gustaría conocerte más, como tu prima Isabel en Ain Karim yo aguardo tu visita.»

El Señor quiere que entremos en una relación estrecha y fuerte con la Virgen. Jesús deseaba tanto que la amáramos que nos la dio como madre. María es un regalo precioso para cada uno de nosotros. Es una persona real con quien es agradable vivir. ¡Y qué dulce compañía!

La Virgen nos lleva tras las huellas de Jesús, en el aliento del Espíritu Santo para que nos volvamos cada vez más hijos del Padre. ¡Ese es su papel!

Ella nos pone en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
 (Sœur Emmanuelle Fournier)


La Virgen María tiene para sus devotos una solicitud especial, y en la hora del peligro vela sobre ellos.

“Un verdadero siervo de María no puede perecer”, dice San Anselmo.

“Siguiendo a María –declara san Bernardo– no puedes extraviarte; invócala, es imposible que desesperes; pensando en Ella, no puedes perder. Mientras Ella te sostenga, no caerás, mientras te defienda, nada tendrás que temer; mientras Ella te proteja, no perecerás.”

A fin de que la Virgen bendita te conserve la gracia santificante, invócala a menudo y reza cada día, mañana y tarde, tres Avemarías seguidas de esta invocación: “¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!”