Entre los 80,000 vietnamitas católicos que en 1954 abandonaron su tierra natal para escapar del régimen ateo comunista, muchos llevaban sólo unos cuantos recuerdos religiosos, rosarios, medallas o cuadros de la Virgen…
Después de veinte años, me reuní con los refugiados del pueblo católico de Honai: 60,000 refugiados que bajaron del norte en 1954. Ellos me afirmaron que no huirían de los tanquistas vencedores que estaban a 5 kilómetros. Mujeres, niños y ancianos se unieron en oración en las iglesias. Los hombres, formados en batallón de autodefensa, el rosario al cuello, armados con carabinas viejas, fueron exterminados al intentar impedir el acceso a su parroquia a los carros blindados de los vietnamitas del norte.
El Padre Hoang Quynh, párroco de Cholon también refugiado del norte me había dicho: “Vimos en Tonkin una pequeña muestra de lo que el comunismo reserva a las poblaciones del sur. Torturas, prisión, la fe perseguida hasta en los corazones, ése es su programa. Millones de tumbas marcan la frontera desde China al delta de Mekong, la ruta dolorosa del catolicismo, y habrá otras miles: es el precio que deberemos pagar. Estamos listos”
Padre J. Sigurd, en Aspects de la France (15.05.75)