Bienaventurada Virgen Meschecia (1492)

26 de febrero – Rusia.

Un día, postrado ante su bendita imagen, un joven clérigo dijo a María una vez después de tantas otras, que no deseaba nada más que verle, no tanto bajo la forma imperfecta de una estatua de piedra o de madera sino tal como era en verdad:

 - Hijo mío, le contestó la imagen, no anuncio la hora de muerte a nadie, porque tus días no son míos: pertenecen a mi hijo.
Pero si quieres verme tanto, que sepas que nadie en el mundo consiguió este favor sin perder la vista en seguida.

- ¡Ah!, exclamó el clérigo a la cumbre de la felicidad, que a cambio de un regalo igual sólo podía consentir a perder la luz de sus ojos.

 Pero, como quien se siente perdido en las profundidades del firmamento, sigue retenido a las cosas de la tierra por un vinculo, mientras pronunciaba estas palabras, vivamente el clérigo que no estaba tan alejado del mundo como pensaba, cubrió con su mano uno de sus ojos y con el otro miraba. Lo que vio entonces, con ese ojo, no tengo palabras para decirlo.

La Reina de la Gloria se le apareció en su vestido colorado de las bellas noches, sembrado de planetas y estrellas, en medio de su Corte celestial y de sus ángeles músicos.
Pero la visión duró sólo un instante, dejando al joven monje deslumbrado y más miserable que antes, porque habiendo visto una vez a Nuestra Señora le daba aún más sed de ella.

Afortunadamente, seguía con el ojo que había ocultado debajo de su mano:

- Reina de Belleza, exclamó, que pierda mi segundo ojo, pero ¡que le vea una vez más!

- Mírame pues otra vez si verme te es tan agradable, le contestó la imagen.

 Y lo que vio, con ese ojo, fue una pobre mujer, igual a las que podemos ver en los caminos, y que llevaba en su cara tanto dolor y piedad que tampoco no existen ningunas palabras para decirlo.

Luego, de nuevo, la visión desapareció, dejando esa vez el clérigo ciego en las tinieblas más profundas.

 - Reina de Piedad, dijo pues, perdóneme haberle equivocado poniendo mi mano en mi ojo, pero así pude verle más bella aun, ¡en su humildad y esplendor!

La imagen le contestó: -
 Sé perdonado, hermoso dulce amigo, de tu trampa inocente. Y por haberme amado tanto, toma lo que te había tomado.