En 1838, la tripulación de un buque que acababa de llegar a Paimpol, en Francia, se había encomendado a la ayuda divina para poder sobrevivir a una tempestad.
Una tempestad terrible y repentina, las velas fueron arrancadas, y durante los tres días que estuvieron en continuo peligro de morir en el mar.
El barco comenzó a llenarse de agua, y toda esperanza de seguridad parecía perdida, cuando la tripulación, de común acuerdo, volvieron sus ojos a María, Estrella del Mar.
Ellos prometieron a Nuestra Señora que, de ser salvados, visitarían la iglesia en Paimpol, donde hay una imagen de la Virgen muy venerada por el pueblo.
Apenas habían terminado su oración, cuando el clima se hizo más tranquilo y las olas comenzaron a disminuir. Aprovechando este cambio providencial, repararon su embarcación, y se embarcaron tranquilamente hacia a las costas de Bretaña.
Cuando desembarcaron, los marineros se postraron en el suelo y dieron gracias a Dios por su retorno. A continuación, entonaron la Letanía de la Santísima Virgen, y peregrinaron por las calles de Paimpol, a la iglesia del Buen puerto. Las personas atraídas en multitudes por la novedad de la vista, los siguieron.
Habían también padres que fueron a dar gracias a Nuestra Señora del Buen puerto por el regreso de sus hijos y esposas para agradecer a María por la restauración de sus maridos para ellas.
Las lágrimas corrían por todos los ojos, y la inmensa multitud se arrodilló ante el altar de esa poderosa Virgen, que había recibido de su Hijo poder para comandar el viento y las olas.
Las antorchas arrojan una luz tenue en la rebajada del santuario, donde se encontraba la imagen de la Santísima Virgen, Nuestra Señora del Buen puerto, cuya inclinación de cabeza y extendidos brazos parecían decir a todos: "Venid a mí, que soy tu Madre".
traducido por mallinista
(fuente: www.roman-catholic-saints.com