Todo comenzó en Nazaret

Autor: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net
María una joven madura. Ciertamente se conmovió, pero este nerviosismo o emoción no le bloqueó la mente.

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en Nazaret

No sabemos a ciencia cierta qué edad tenía María cuando Dios,
por medio del ángel Gabriel, le hizo la invitación de ser la madre de su Hijo. Según las costumbres de entonces pudo haber tenido entre 13 y 18 años. Pero más que la edad exacta de la Virgen, nos interesa ahondar en el alma de esta jovencita de Israel. Lo que en primer lugar nos golpea es la madurez humana de esta chica. La vemos dialogando con un mensajero del Cielo, escuchándole y haciéndole preguntas. Ciertamente se conmovió, como nos dice el evangelista Lucas, pero este nerviosismo o emoción no le bloqueó la mente. Ella parece ser una persona muy prudente que no se deja llevar ni por sus propios estados anímicos, ni tampoco por unos esquemas mentales ya hechos. Enseguida vemos que María tiene una formación humana muy rica que le sirve como base para la gracia de Dios que pronto va a inundar su alma al encarnarse la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en su seno. Es bien sabido que la gracia de Dios actúa más donde hay unas disposiciones humanas de apertura hacia ella. Basta pensar en el caso de un borrachito que se acerca a confesarse: ciertamente puede tener todas las ganas del mundo para mejorar, pero no hay duda que su pasado “pesa”, un pasado de poca abnegación, de entrega a los vicios, de poco autocontrol... La anunciación a María revela ante todo la grandeza humana de ésta. A pesar de su corta edad, tiene una madurez sobresaliente. Pero esta madurez no sólo se manifiesta en su ecuanimidad al hablar con el mensajero celestial, sino también en otra cosa que entraña la misma esencia de la mujer: la integración de la sexualidad en su propia vida. Sabemos que es muy importante esta integración de la sexualidad para poder formar una personalidad armoniosa. Cuando no se logra, como pasa muchas veces hoy en día, es como vivir con un león suelto en el jardín: en cualquier momento nos puede causar un problema. Lo que integra la sexualidad en una personalidad es el amor. Así cuando una persona llega a visualizar el amor del otro, no hay riesgo de manipulación sexual. Es precisamente el amor el que ayudó a María a integrar esta pasión (que por otra parte nunca fue desordenada en ella, porque ella nunca tuvo el desequilibrio del pecado original) en su propia vida. Ella hizo una promesa de virginidad a Dios, porque había descubierto el Amor en su vida: quería darse total y exclusivamente a su único Amor, Dios. Esta actitud de María es sorprendente, especialmente cuando se toma en cuenta que la gran ilusión de cualquier doncella israelita era casarse y participar así en la “lotería” para ver si le tocaba ser la madre del Mesías. María tuvo la intuición de que a Dios le agradaba más su entrega total, efectiva y afectiva, que desear ser la madre del prometido desde siglos. Pasemos ahora a considerar su madurez espiritual. Aquí la virtud clave que brilla en ella es la fe. La fe es una de esa cosas fáciles de entender pero casi imposibles de explicar. Todos asociamos la fe con un comprender algo (por lo menos de alguna manera) y un aceptar algo. Por ejemplo, tenemos que sufrir una desgracia como una enfermedad, y tratamos de comprender que si Dios lo permite, por algo lo hace. Esto nos ayuda a aceptarla con paciencia y descubrir algún sentido en nuestro malestar. Podemos decir que en el caso de María ella no comprendió mucho, pues eso de que el Espíritu Santo le iba a cubrir con su sombra y fecundar su seno, seguramente sonaba a griego para ella. Lo que sí le impresionó fueron las palabras “No hay nada imposible para Dios”. Podemos concluir que para María creer no fue decir al ángel “Ya está claro todo, te explicaste muy bien”, sino “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra”. Es como si ella dijera “Aquí estoy, a las órdenes de Dios”. Hemos visto ahora a ojo de pájaro esta madurez humana y espiritual de la futura madre de Dios. Pero también podemos considerar, guardando como dicen las debidas distancias, esta madurez de parte de Dios en el trato con ella. Nos puede resultar muy útil hacer estas consideraciones, pues nos revelan la actitud de fondo de Dios delante de sus creaturas racionales y su actitud en concreto delante de la mujer. Para que el acto de fe sea verdadero, tiene que ser libre. De hecho no se puede y no se debe forzar a una persona a creer. Uno de los derechos fundamentales del hombre es la libertad religiosa. Dios quiere que le respondamos libremente porque sólo así tenemos mérito. Además está más conforme con la dignidad de la persona humana. Él no quiere imponernos su palabra, sino hacerla resplandecer delante de la mente y de la conciencia moral del hombre. La anunciación a María revela también la finura con que Dios quiere que se trate con la mujer. Así como no quiso “violar” su conciencia imponiéndole una fe, tampoco quiso violar su cuerpo, fecundándole con una creatura en contra de su voluntad libre. Todo trato con la mujer debe estar marcado por el respeto a su dignidad y a su libertad. Lo que contradice este status que Dios le ha dado a la mujer es manipularla, sea a través de actos deshonestos, o usándola por razones comerciales, exhibiéndola vergonzosamente en revistas, películas... Haciendo un resumen de todo lo que hemos dicho sobre María en la anunciación, podemos decir que ella es una persona muy madura desde el punto de vista humano y espiritual. Nos damos cuenta que algo grande está llegando al mundo: la mujer nueva que nace que la redención de Cristo, aplicada anticipadamente a la Doncella de Nazaret.