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La Estrella del Tercer Milenio |
La Santísima Virgen María nos enseña cómo tenemos que amar y alabar a Dios. Esta fue la propuesta que hizo Juan Pablo II durante la audiencia general del 21 de marzo de 2001. María es la «estrella» para todos los humillados, oprimidos, ofendidos, que indica el camino para encontrar a Dios.
Vamos a tratar de copiar la alegría, el amor y la fidelidad de María en la vivencia de su fe.
Petición:
Oh María, que supiste dar un sí a Dios como ninguna criatura; enséñame a decir sí a Dios todos los días, de manera semejante a como tú lo hiciste.
Lectura: Lc 1, 26-38:
«Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; María respondió al ángel: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?’ El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios’. Dijo María: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.’ Y el ángel dejándola se fue».
1. Cómo roba Dios.
Eres la misma que habías renunciado a ser madre del Mesías y de otros posibles hijos, porque Dios te pidió ser virgen. Pero Él hizo que pudieras seguir siendo virgen y que al mismo tiempo fueras madre de Cristo y madre de todos los hombres.
Dios es un ladrón muy singular. Algunos roban y no devuelven. Son la mayoría. Algún ladrón, arrepentido, devuelve lo que ha robado o parte de lo que ha robado. Pero Dios devuelve lo que robó multiplicado al ciento por uno. En ese sentido yo quisiera que Dios me robara todo para aumentarlo al cien por ciento.
2. ¡Gracias, por haber dicho que sí!
Un día llamaron a la puerta de una casita de Nazareth. La niña abrió la puerta y escuchó al mensajero que le pedía de parte de Dios: Se solicita una madre para el redentor de los hombres. ¿Aceptas ser su madre?
Todos los hombres de todos los tiempos, encadenados, infelices, destinados al castigo eterno, rodeaban la casita de Nazareth. Gritaban angustiosamente a la niña inocente y asustada: Dí que sí, dilo pronto, y estaremos salvados... La respuesta fue tan sencilla como firme: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.”
Hoy todos los hombres decimos a aquella mujer: ¡Gracias, madre, por haber dicho que sí! Yo me uno a ese coro de voces que le dan las gracias. Santa María de Guadalupe es el nombre de aquella maravillosa Niña que nos fue quitando las cadenas de las manos y las cadenas del cuello; la que nos ha abierto a cada uno las puertas de la gloria, hasta el punto de ser invocada como “Puerta del cielo”. Hay que decirle con el corazón:¡Gracias, Madre, por haber dicho que si!
3. El sí de María.
Así, explicó el pontífice, se comprende mejor la grandeza de María, cuya primacía «está arraigada en la humildad» y cuya relación privilegiada con el Espíritu Santo «no la libró, en su vida terrena, de las fatigas de la condición humana».
«María vivió totalmente la realidad cotidiana de tantas familias de su tiempo, conoció la pobreza, el dolor, la fuga, el exilio, la incomprensión. Su grandeza espiritual no la ‘aleja’ de nosotros: recorrió nuestro camino y ha sido solidaria con nosotros en la ‘peregrinación de la fe’».
María es un alma de aceptación: Pasó por el susto, la sorpresa y la alegría del llamado, como tú. Dijo sí con unas palabras hermosas que eran su fórmula de consagración: “He aquí la esclava del Señor...” En esas palabras había entrega total, confianza plena, amor muy hondo...¿Como tú?
Alma que alimentaba el amor y vivía del amor en su vida. Una lámpara en que reponía el aceite una hoguera en que renovaba la leña para alimentar la llama. El aceite era la oración rica, jugosa, apasionante...¿Cómo tú?.
Y el sacrificio por amor era la leña de la hoguera. Todas las cosas que hacía llevaban un sello: Amor a Dios. Todo era razón y motivo para amar: una escoba, un puchero, un cántaro. ¿Para ti también?
Vivía de amor; era su respiración, su vida, su sentido. Sin el amor a Dios, a su hijo, a san José, a las almas, su vida no era nada... ¿Cómo tú?
Y María era feliz en medio del dolor, del trabajo, de la sencillez de su vida... ¿Cómo tú?
Alma que de su consagración hizo su vida, su por qué, su alegría. Demostró que una vida entregada a Dios por amor es una vida hermosísima, muy valiosa, muy rica, digna de imitarse. Tú eres uno de esos imitadores, imitadoras... Tienes que seguir demostrándote a ti y al mundo que tu vida dedicada a Dios y a los hombres es muy hermosa, valiosísima, riquísima, digna de vivirse e imitarse.
Medita mucho y saborea toda la significación de esta palabra “hágase” que es la fórmula de la verdadera esclavitud. Soy esclava y por eso no tengo nada, ni puedo querer nada, fuera de Dios. Todo ha de venir del Señor, nada de la esclava. Por tanto, esa palabra supone una renuncia total, completa, perfecta, absoluta de su ser... Ni voluntad, ni libertad, ni querer nada, sino sólo lo que Dios quiera y disponga... ¡Qué esclavitud!
Pero aún más, esa esclavitud no se ha de detener ni aún ante el sacrificio por muy grande y doloroso que sea. María, en este paso, obra conscientemente, dándose cuenta perfectamente del paso que va a dar..., obra sin precipitación..., piensa, discurre, pone sus razones y sus soluciones, etc..., luego señal clara de que obra con todo conocimiento de causa; por tanto, conoce ya desde ahora todo lo que ha de sufrir si ha de ser Madre de Dios..., sabe que la aguardan tormentos que la harán la reina de los mártires..., que será un verdadero mar de amarguras, y, no obstante, sabe que esa es voluntad de Dios y basta. Hasta que conoce claramente lo que Dios quiere, pone reparos, pero cuando ya sabe el deseo de Dios, no tiene más que una palabra: hágase... Cristo en su pasión también dice “hágase tu voluntad y no la mía”. ¿No es lo mismo que el hágase de la Virgen? ¡Qué coincidencia entre el Hijo y la Madre! Ésta es la esclavitud, ésta es la santidad, ésta es la única solución que puedes encontrar a tu amor propio. ¿Eres tú así? ¿También tienes tú el hágase práctico, sobre todo cuando el amor propio se rebela? (Meditaciones sobre la Santísima Virgen María, M.I.SR.DR.D. Idelfonso Rodríguez Villar, Ed. Nueva Evangelización, México, p. 57).
Conclusión:
A Dios no se le gana en generosidad y gracias a ese “hágase”. María es la Madre de Dios, la corredentora, la mediadora y dispensadora de gracias celestiales. Tú y yo tenemos gracia ante Dios y estamos llamados a una misión en especial; de nosotros depende que se lleve a cabo o no; de nuestra generosidad, de nuestra confianza en Dios, de nuestra disponibilidad, pero también de nuestro egoísmo, de nuestro amor propio, de nuestra pereza, de nuestra comodidad.
Cuestionario:
1. ¿Me enorgullece tener como madre a María que siempre dijo sí a Dios?
2. ¿Qué soy yo para Dios: Un sí, un no, un sí y un no?
3. ¿Me doy cuenta de que María fue una mujer realizada, feliz porque se daba a Dios y a los demás?
4. ¿Estoy convencido(a) de que para ser feliz y realizarme debo darme a Dios y a los demás?
5. ¿Tengo el amor y la suficiente confianza en Dios como María, para decirle hágase según tu voluntad?